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Siempre quise trashumar.

Para muchas de vosotras el término trashumar se os hace nuevo, extraño y sin significado, pero desde que yo descubrí lo que eran las trashumancias ya no pude ignorar esa llamada tan profunda en mi interior, seguramente proveniente de la sangre que corre por mis venas, herencia de mis antepasados, que por tantos años caminaron con los animales de una tierra a otra. Nómadas y conectados con la naturaleza.


Antiguamente, la gente vivía de y por sus animales. Mucho antes de la era industrial, que a mi parecer destrozó muchas cosas a la par que nos proporcionaba nuestra conocida y amada comodidad, la mayoría de gente vivía de la tierra, de lo que creaba con sus manos, de su artesanía y de los animales. Dejando juicios aparte sobre el uso de animales, cabe reconocer que en esa época, tantísimos años atrás, nuestros ancestros estaban conectados a la naturaleza, formaban parte activa de ella y pocas alternativas más tenían si querían sobrevivir. Recolectaban sus frutos, sus plantas, creaban sus propios utensilios con elementos naturales y cuidaban de sus animales, que algunos de ellos luego serían su alimento. Hoy en día ya nada es así. Todo se ha desnaturalizado y perdido, ya no damos valor a la comida, ni los que comen plantas, ni los que comen animales. Seamos francos. La comida es algo que proviene de una estantería en el supermercado, por ello ya no honramos esta comida, ya no damos las gracias a la vida por estos alimentos.


Uno no puede amar lo que no conoce. Pero si algún día siembras una pequeña semilla, que brota, que crece, que se transforma en una planta, que florece y que de su flor meses después aparece un fruto, que ves crecer día a día con impaciencia hasta que madura y puedes llevártelo a la boca. ¡Ay, ahí sí que bendecirás ese alimento! Y no a Dios, a la naturaleza.

Volviendo a esos años en los que todo ocurría despacio, con calma y con tanto sentido, hay una tradición que se llevaba a cabo en muchos lugares del mundo que se llama trashumancia. Nuestros antepasados, los que tenían animales, no tenían recursos para comprar comida para alimentarles todo el año, pues la incomunicación, la falta de transporte y la escasez del comercio no permitía como a día de hoy comprar una bala de heno (hierba seca) bien empaquetada para alimentar a los animales cuando no había hierba verde en sus fincas. Por ello, cada primavera se hacía un largo recorrido a pie desde las zonas más llanas hacia la alta montaña, donde las bajas temperaturas prometían pastos verdes todo el verano, a diferencia de las tierras bajas, donde en verano se seca la hierba y no hay comida. De la misma forma lo hacen los animales salvajes por su cuenta. En los meses de verano los animales pastaban plácidamente en las praderas verdes y frescas para volver a bajar en invierno, cuando la nieve cubre los mantos de hierba dejándola casi extinguida hasta la próxima primavera, volvían a transitar el territorio de vuelta a las llanuras, más cálidas donde pasar el invierno y alimentarse. Los humanos siempre nos hemos movido por el alimento, por el agua, y esto es trashumar. Trashumar es caminar el territorio en búsqueda de las mejores oportunidades, pastos, comida...


Aunque a día de hoy esta práctica ya no es necesaria, pues podemos disponer de alimento vivamos donde vivamos, tanto nosotros como "nuestros" animales. Algunas personas siguen llevándola a cabo a modo poético, para reivindicar que otra vida es posible, una vida que cuida más la calma, la conexión con la naturaleza, el caminar en vez de coger un transporte o el proporcionar a los animales la comida natural que les pertoca. No voy a juzgar desde mi cerebro de siglo XXI el destino final de estos animales. Eso no quita que los pocos pastores que caminan con su rebaño, días y noches enteras, pernoctando al raso, para reivindicar que lo natural es mejor, merecen mi respeto. Porque romper con lo fácil tiene mérito. Porque se ha industrializado todo tanto que da miedo. Porque adaptarse en contra de lo convencional es de valientes y porque no puedo negar que una parte de mi ser, anhelaba caminar con animales hacia las altas montañas. Por el mero hecho de conectar con ellos, con la tierra, con las plantas y con un camino que me lleva a las tierras frescas en pleno mes de junio.


Por ello, cuando descubrí por casualidad un grupo de personas que iban a caminar cinco días hacia el Pirineo catalán desde tierras más bajas les escribí para acompañarles, aunque fuera por unas horas, por este transitar hacia la memoria del pasado, conectando con los sonidos de la tierra allá por donde pasábamos, con los olores, las texturas... y así fue como casi sin saber por donde iban me lancé a la aventura de encontrarles, aparcar mi coche y seguir a pie con ellos.


Mil quinientas ovejas de diferentes rebaños andaban hacia la cota más alta del Pirineo catalán para vivir en lo más parecido a la libertad que van a conocer en su vida durante todo el verano, lejos del hombre y la civilización, lejos de un cercado vallado, criando a sus retoños en plena naturaleza salvaje, alimentándose como es debido y enfrontándose también a los peligros naturales, como el lobo y el oso. Respetando (aunque sea solo por un tiempo) sus procesos naturales (que a día de hoy ya no se respetan en absoluto) y aunque este no sea un mundo ideal, estos pedacitos de tiempo, me dan esperanza hacia un futuro diferente.


Acompañé a estas personas y animales desde el mero anonimato, tomando fotos y retratando las vivencias sin juzgarlas y aquí os dejo, con el mismo ánimo que realicé este reportaje, algunas imágenes del día que pasamos trashumando por la vida.


Siento que una parte de mí, oculta y antigua, ya trashumó y me temo, que esa misma parte de mi pasado, os pertenece a todas, porque todas tuvimos en nuestro linaje a esas ancestras que caminaban para sobrevivir. Porque estaban inevitablemente conectadas a los ciclos naturales de la vida.

Fotografías tomadas en Pla de l'Anyella, la Molina. Cerdanya



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